Patas de Gallo

"PATAS DE GALLO"

La violencia familiar como un calvario

PEDRO LABRA

El Mercurio

Desmesurados motivos y símbolos místicos se cruzan con un reflejo de la realidad actual de la gran mayoría de las familias chilenas, en el melodrama desbocado que es "Patas de gallo", última creación del celebrado dramaturgo Luis Barrales ("Niñas araña"). Dirigida por el joven Omar Morán, autor también de la idea, la obra salta con brusquedad de una a otra cosa, tiene sin duda demasiados elementos, y a ratos resulta hasta pretenciosa. Aún así sus imágenes suelen ser poderosas y la rabiosa y provocadora exaltación con que se despliega justifica parcialmente su ánimo en general excesivo.

Respaldado por Iberescena y Fondart, el montaje muestra a una familia de clase media baja -una madre soltera, su hija obesa e hijo con dones proféticos de distintos padres, y su actual conviviente, un matarife que no procreó a ninguno de los chicos porque es infértil- esperando en un paradero de calle Franklin una micro que no pasa nunca, en un feriado de Semana Santa.

De su interacción surge un descarnado retrato marcado por la frustración, la inestabilidad de la pobreza y el miedo al futuro, el machismo y el abuso de poder patriarcal, la discriminación y la amenaza incestuosa, raíces de la brutal hostilidad con que se viven las relaciones en ese hogar. De los muchos y cambiantes giros y quiebres de estilo de la puesta surge la desalentadora conclusión de que así ese grupo familiar está condenado a la violencia, el sacrificio y el derramamiento de sangre, y hasta se sugiere una analogía entre éste y la Sagrada Familia, su situación y el calvario de Cristo.

El dotado elenco presenta a sus personajes como una imitación aproximada, que no respeta para nada la convención del rol físico, mientras consigue transitar con fluidez desde el desamparo y el dolor naturalista, a la parodia y la nota grotesca.

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Pasiones sin contrapeso

La Nación

Por Leopoldo Pulgar Ibarra

Algo truculento llega "Patas de gallo", de Luis Barrales, cuando aborda el fracaso y la violencia en la familia: madre con prole de distinto padre; esposo infértil, afectuoso-violento; hijo, oráculo de barrio; hija, carne de santa. Signos de marginalidad y pasiones extremas que se exhiben en un paradero de micros, en Semana Santa. Intimidad de un conflicto generalizado que nunca aparece en las encuestas y que el director Omar Morán saca a la calle sin tapujos.

La vitalidad del montaje y las excelentes actuaciones de Marcela Salinas (sentada en la foto, mujer de clase media que reconoce sus patas de gallo, junto con querer sobrevivir) y Rodrigo Soto (matarife silencioso de mirada serena-terrible) equilibran la obra entre lo verosímil y lo exagerado.

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SOLO TEATRO

Luisa Ballentine

Luis Barrales lo hizo otra vez. Con el estreno de Patas de gallo, el dramaturgo no sólo confirma porqué es el autor emergente más montado del último tiempo, sino que además muestra más luces acerca de los elementos que caracterizan su propuesta escritural.

Así como en Hans Pozo y Niñas araña, Patas de gallo contiene momentos de alto valor poético que se manifiestan en pequeños monólogos a cargo de sus protagonistas. En algún momento de la historia, todos tienen algo que decir que rompe con la estructura tradicional del acontecimiento para situarse en el flanco del discurso y la protesta social.

La puesta de escena contempla pocos elementos, pero poderosos: la escenografía es un paradero de micro que funciona como la casa de una familia, aparentemente, tradicional; la iluminación evoca los distintos momentos y marca las transiciones entre las reflexiones personales y la representación coral, y la música aparece en pocos instantes para acentuar el ambiente frío y retorcido del montaje.

La historia transcurre durante semana santa y tiene como protagonista al profeta de la familia, el hijo mayor que dice ser vidente y vaticina el futuro de quienes lo rodean. Lo acompañan el padrastro, la madre y la hermana; todos personificados a la perfección por Juan Pablo Miranda, Priscila Guerra, Rodrigo Soto y Marcela Salinas, quienes brindan actuaciones memorables, destacadas y profundas.

La dirección de Omar Morán es impecable. A Patas de gallo no le faltan ni le sobran elementos, es un aporte en la cartelera santiaguina y una reflexión amplia sobre la pobreza, el maltrato, la discriminación y el país de cartón que Chile es para la mayor parte de la sociedad.